Las palabras apropiadas.
Durante la mayor parte de mi vida adulta he desarrollado una afición interesante. He perfeccionado el arte de decir lo que pienso a través de las palabras de terceros. Otros, crecieron felices en la práctica de pensar como los demás para luego expresarlo con las propias. Discurso repetido una y mil veces y falta de originalidad que en política, muestra su proceso más extremo. Sé que en esta época en la que vivimos, resulta cada vez más común la persecución implacable de la fama, que la impudicia en aras de ese empeño no parece tener límite, y que aquí la barbarie, no conoce fronteras. Es asunto reconocido por muchos, que la precocidad era signo de una madurez intelectual impropia de los años. No obstante, el éxito se ha ido transformando en una suerte que cada individuo joven recorre con ímpetu desmedido, en busca de un hueco entre las miles de opiniones, de mensajes, de conceptos, sin haber albergado siquiera una prudente cuota de conocimientos, un cierto empaque moral en relación con la experiencia efectiva. Esfuerzo ancestral que queda muchas veces sin efecto por la propia naturaleza del ser humano, que busca de manera incesante confundir lo mundano y lo sagrado, lo ejemplar y lo profano. Es notoria la presencia en los medios de comunicación de opiniones cada vez más homogéneas. Analistas, periodistas, escritores, presos de la estupidez generalizada de su tiempo, que actúan igual que fanáticos alborotadores en un club de la risa. Se suele relativizar el pecado diciendo -pobrecitos tal y cual que todavía no tienen conciencia de lo que les rodea y no saben lo que dicen-. Pero en algunos casos, la ambición desmedida de nuestros adolescentes encuentra refugio y promoción entre nuestros dirigentes y, con toda la precariedad de su pobre juicio, son puestos al frente de cualquier propósito, por miedo a las posibles represalias de una sociedad infantilizada. Supongo. No existe cordura ni sensatez en tales decisiones. Ya que es poner en manos inexpertas nuestra lucha de presente, el devenir y el futuro de nuestros hijos, el ocaso tranquilo que deberían disfrutar nuestros mayores. ¿Cuándo alguien se atreverá a decirles lo que piensa esta memoria colectiva, aunque solo sea con las palabras apropiadas? ¿Por qué seguir ese camino trazado por las legiones de no sé qué vanguardia pendenciera? Ojo, que no es lo mismo saber leer que entender lo que se lee, ni ser uno sujeto u objeto de una lectura cuidadosa.
Tengo la expectación puesta en la gente que me rodea. Veo en ellos, amor, altura política, libertad, pasión, esperanza. 
El Caminante sobre el mar de nubes. Caspar David Friedrich.

Comentarios

  1. Totalmente de acuerdo amigo mío. En múltiples ocasiones en el entorno que me acoge observo perplejo cómo hay una suerte de maquinaria pesada que aplasta lentamente cualquier signo de madurez, antes de preguntarse si esa fuerza, inteligencia o experiencia está anquilosada. Las más de las veces, al conocer que sin remedio serán pasados por ese rodillo impasible, muchos tienden a abandonar toda esperanza de sentirse útiles. Atroz.

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