Reflexiones de un capitalista desvergonzado

Reflexiones de un capitalista desvergonzado.

Uno se pregunta si son los mismos, esos despistados que piden mayor inversión y gasto en I+D+i y luego están totalmente en contra de la progresiva robotización de los puestos de trabajo. A pesar de que la realidad se empeña en ser tozuda y no se detiene en debates estériles, no me falta tiempo para desacreditar a los agoreros que dibujan un futuro sin recursos y sin empleo. A pesar de falacias repetidas mil veces, el futuro robótico parece apuntar hacia una capacidad ilimitada para generar riqueza y mayor tiempo ocioso para los seres humanos, que podrá dedicarse a cosas tan inanes como cultivar la inteligencia leyendo a Antonio Gramsci (ironía fina).

La verdad sobre la robótica es que se trata de una floreciente industria capitalista que, aunque siempre habrá una parte no mecánica, - bien durante la fase de diseño y los procesos de mejora, o ya en la etapa de mantenimiento, desguace y reciclaje que requerirá de intervención humana - preocupa por su exuberancia y difícil predictibilidad a los teóricos del experimento social. Esto ya ocurrió durante la primera revolución industrial (durante este periodo se vivió el mayor conjunto de transformaciones económicas, tecnológicas y sociales de la historia de la humanidad desde el Neolítico, que vio el paso desde una economía rural basada fundamentalmente en la agricultura y el comercio a una economía de carácter urbano, industrializada y mecanizada. Enciclopedia Británica). La tecnificación del trabajo rural auguraba una pérdida masiva de puestos de trabajo y grandes hambrunas en el campo. De manera cíclica se han alzado voces contra los cambios que trae el progreso. Que se lo digan a los defensores del Malthusianismo, que siguen empeñados en tener razón sin atender a los resultados que arroja una realidad hipercompleja (El malthusianismo o maltusianismo es una teoría demográfica, económica y sociopolítica, desarrollada por el economista británico Thomas Malthus (1766-1834) durante la revolución industrial, según la cual el ritmo de crecimiento de la población responde a una progresión geométrica, mientras que el ritmo de aumento de los recursos para su supervivencia lo hace en progresión aritmética. Wikipedia). Recordemos que también se pensó allá por los años 70 del siglo pasado que habíamos llegado al umbral de abastecimiento. Lo cierto es que las hambrunas cíclicas han desaparecido y hoy la producción de alimentos y materias primas genera excedentes que se compra-venden en los mercados bursátiles como comida para mascotas. El capitalismo siempre se las compone para encontrar una solución creativa. Estos avances son exponenciales y por lo tanto muy difíciles de pronosticar, es por eso que provocan sentimientos de angustia y ansiedad en algunos grupúsculos de nuestras sociedades, que, por otro lado - y solo en apariencia – nos representan un mundo controlado y organizado. Creo que si algo nos ha enseñado la historia es que las soluciones nunca son colectivistas ni pueden ser planificadas e impuestas sobre el resto por un mandato público.  

Lo que quiero decir es que soy bastante optimista. Si por h o por b resulta que al final somos prescindibles para el trabajo productivo y podemos trabajar dos o tres horas al día y dedicar nuestro tiempo a otras cosas más interesantes, ¿no te alegrarás conmigo? Imagina poder generar riqueza ilimitadamente y dedicarnos a viajar, explorar, amar, escuchar, contemplar, componer y educar a nuestros hijos. No logro imaginar un futuro más deseable. Para algunos esta suerte de inmortalidad también plantea un problema moral.

Inmortales no, quizá porque el efecto de la inmortalidad sería devastador para nuestra especie. ¿Imaginan tener siempre otro día para hacer lo que se debe? Nadie haría nada. Creo que nuestros genes se deteriorarían hasta el colmo de la estupidez. Pero alargar la vida hasta los 170 o 180 años manteniéndonos jóvenes y libres de enfermedades como el Alzheimer o las demencias, creo que sí es posible y legítimo. Recuerdo la frase del diletante francés, monsieur Parvulescó, cuando le preguntaron sobre la pasarela del aeropuerto de Orly en aquella inolvidable película de Jean-Luc Godard, À bout de souffle: ¿Y usted qué quiere hacer en la vida? A lo que el intelectual respondió con gran pedantería; “Quiero hacerme inmortal, y después, morirme”. Creo que esa es la única inmortalidad que me interesa. Ser inmortal en los corazones y en las cabezas de tus iguales. Si somos información y conocimiento, ese es el gran impacto, el Big Bang de la experiencia.


https://www.youtube.com/watch?v=e3wYIjI8WcI&feature=youtu.be





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