Tío abuelo
Elegante, consumado bailarín, y guapo de
película, mi tío abuelo fue un tipo frágil y sentimental. Su padre lo definió
de forma certera como un figurín maltrecho, con pinta de dandi desheredado,
aunque las señoras que limpiaban la batería donde vivía daban fe de su insólito
atractivo y le adulaban con galanterías cuando le veían doblar la esquina del
cuartel. Decían que era tan grácil y ligero que parecía caminar sobre las
nubes.
Con 17 años se embarcó con rumbo a la
isla de Tenerife cargado de ideales hacia una guerra fratricida e incierta. En
aquel momento, aquello parecía lo más correcto, lo valiente. Valiente si fuera
solo por locura, pero él tampoco fue nunca el más sensato de entre aquellos
hombres. Después de un periplo de seis meses que le llevó a recorrer gran parte
del noroeste peninsular, fue a dar con sus huesos en las inmediaciones del río
Alfambra, donde fue destacado por su extraordinario valor en el combate.
Durante el sitio de Teruel tuvo que
llamarse a andana, y refugiado bajo el púlpito de una iglesia, rodeado de
mujeres y niños, resistió durante 24 horas el bombardeo perpetrado por fuego
amigo - cosas de la guerra civil donde los bandos siempre eran difusos -, entre
personas que descargaban y se orinaban encima de puro miedo. Regresó
desencantado y frustrado de aquella guerra, ahorrando unos duros para poder casarse
con la mujer de la que se había enamorado. Ella estaba embarazada de su primer
hijo cuando a él le llegó la orden de reincorporarse al frente de combate.
Felo, como le llamaban sus hermanos y sus amigos, no pudo soportar la idea de
volver a esa maldita escabechina donde había visto morir a sus dos mejores
amigos. Su mujer le abandonó algo más tarde, harta de esperarle y de la
incertidumbre económica, sin más consuelo que el de unos pocos cacharros que
Felo consiguió comprarle en el economato. Él nunca pudo superar aquella ruptura
y la presión de saberse fugitivo. Triste y cansado, entró una tarde de mayo en
un cafetín del barrio de San Juan y con apenas 23 años se pegó un tiro en la
tapa de los sesos. Se llevó por delante su vida y la de su padre, que no pudo
aguantar más de dos o tres embates de aquel dolor insufrible, quedando tras su
muerte mustio y ensimismado. Se llevó también un montón de historias y secretos
a la tumba. Dicen mis abuelos que en aquel velorio llevaba puesto un terno azul
de paño que le quedaba que ni pintado, que seguía estando guapo a pesar de las
heridas indisimulables, y que en aquella casa aparecieron al menos media docena
de mujeres desconocidas a mostrarle su respeto y su cariño. Cuando la madre las
vio aparecer las estudió, confusa, y aquellas señoritas le dijeron: -Venimos a
ver a Felo, señora, porque lo queríamos mucho -. Ella las invitó a pasar y a
sentarse, y a tomar café con la familia.
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