Imperialismo ruso
Si se acaba de caer del guindo con la invasión de Ucrania, permítame que le cuente en formato breve algunos antecedentes:
Rusia fue tradicionalmente una de las grandes potencias imperialistas en el
siglo XIX. El Imperio ruso (en ruso, Российская Империя, Rossiyskaya Imperiya)
fue un Estado soberano que existió entre 1721 y 1917. Abarcó grandes zonas de
los continentes europeo, asiático y americano, siendo el continuador del Zarato
ruso. La expresión «Rusia imperial» designa el periodo cronológico de la
historia rusa que comprende desde la conquista de los territorios que se
encuentran entre el mar Báltico y el océano Pacífico, iniciada por Pedro I,
hasta la caída de Nicolás II y el comienzo de la Revolución de 1917.
Durante el período de entreguerras se conformaron en el mundo dos grandes bloques
totalitarios. En apariencia enfrentados, estos dos bloques compartían características. Tras un análisis documental riguroso de las fuentes realizado con la suficiente perspectiva histórica, podemos afirmar sin rubor que nazis y comunistas fueron sistemas autoritarios análogos. Tanto es así que, muchas de sus estructuras de información, control,
y represión eran calcadas. En lo que a fenómeno totalitario surgido de la idea de un partido
único y organización administrativa del estado se refiere, sus características fundamentales
son indiscernibles. Iliberales, antidemocráticos, nacionalistas y violentos, ambos se empeñaron en abolir la propiedad privada. Al final de este relato pondré una tabla de equivalencias
con sus principales estructuras políticas. En 1939, nazis y bolcheviques
pactaron en secreto el reparto de Finlandia, Polonia, Repúblicas bálticas y
gran parte de Europa oriental. El pacto Ribbentrop-Mólotov se firmó en Moscú el
23 de agosto de 1939, nueve días antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial
(ver foto). Así, al iniciar la guerra se repartieron el territorio de Polonia,
estableciendo su frontera en el río Vístula. Es decir, invadieron Polonia de
manera coordinada y conjunta. A pesar de haber sobrevivido a los peores años de la ocupación nazi y a las masacres de los guetos
judíos en Cracovia y Varsovia, el sentimiento polaco hoy sigue siendo
profundamente antiruso. La invasión soviética de Polonia fue una operación
militar iniciada el 17 de septiembre de 1939, durante los primeros compases de
la Segunda Guerra Mundial. El cerco a las ciudades polacas fue despiadado,
aunque la propaganda comunista lo llamó "campaña de liberación".
Todos los mandos polacos arrestados fueron ejecutados en el acto, y los
prisioneros de guerra enviados a campos de concentración en Siberia (Gulag).
Más de 20.000 personas, entre personal militar polaco y civiles, fueron
asesinados en la masacre de Katyn. Las fosas en las que están enterrados son
todavía hoy objeto de estudio. Unos 300 polacos fueron ejecutados después de la
batalla de Grodno. En septiembre, alemanes y rusos modificaron su acuerdo para
incluir los nuevos territorios anexados. La URSS se quedó con todo el
territorio polaco situado al este de la línea descrita por los ríos Pisa,
Narew, Bug Occidental y San. Esto proporcionaba un total de 200.000 kilómetros
cuadrados, habitados por trece millones y medio de ciudadanos polacos.
Durante el alzamiento de Varsovia en 1943, el ejército rojo, que se
encontraba a unos pocos kilómetros del Vístula, decidió detener su avance y no
acudir en ayuda del pueblo polaco. Stalin prefería que la sublevación fracasara
para poder así gobernar Polonia con total impunidad, aunque eso significase la
aniquilación de la mayor parte de sus habitantes o dejar morir de hambre a
todos los supervivientes de la ocupación nazi. Tras la derrota nazi en 1945,
Stalin impuso una dictadura de hierro, obligando a los súbditos polacos a rechazar
la ayuda prevista por el plan Marshall para la reconstrucción europea, cuestión
que los polacos siguen sin haber olvidado.
Unos años antes, El Holodomor (en ucraniano: Голодомор; literalmente:
«matar de hambre»), también conocido como genocidio ucraniano u Holocausto
ucraniano, es el nombre atribuido a la hambruna que devastó el territorio de la
República Socialista Soviética de Ucrania, Kubán, Ucrania Amarilla y otras
regiones de la URSS, en el contexto de la primera colectivización de la tierra
emprendida por la URSS, durante los años de 1932-1933, en la cual habrían
muerto de hambre 4 millones de ucranianos y unos 12 millones de personas. La
premio Pullitzer, Anne Applebaum, cifra en unos 18 millones de personas a los
represaliados que pasaron por la red de campos de concentración y trabajo
soviéticos en su imprescindible libro, Gulag. Este demoledor proceso se ha dado
a conocer al mundo occidental a partir de 1975, y todavía los responsables no
han tenido que someterse a un juicio, ni las víctimas han recibido su dignidad,
ni han sido restañadas de sus heridas y de la humillación infligida por ese
monstruoso régimen criminal. Fue el propio presidente Gorbachov, cuya familia
había sufrido el encierro en sus propias carnes, quien decidió eliminar este sistema
en 1988. Algunos analistas políticos e intelectuales europeos no dudaron ni
dudan en justificar este sistema de exterminio aleatorio del disidente,
limpieza étnica y genocidio sistemático calificándolo con eufemismos como
ingeniería social, un mundo mejor es posible, o por el "bien común".
A nadie se le escapa que Putin fue un espía ruso al servicio del partido
comunista. Trabajó como operativo de inteligencia en misiones de alto riesgo en
Alemania y hoy gobierna rodeado de una élite de ex agentes del KGB. Es un gran
admirador de Stalin y un ferviente seguidor de su doctrina política;
nacionalista centralista con raíces antiliberales y totalitarias. El presidente
ruso ha declarado que «fue un error permitir a las repúblicas dejar la Unión
Soviética», en una nueva muestra de la nostalgia que el mandatario siente por
el antiguo régimen socialista. Además, fuentes cercanas atestiguan de su
implicación en el intento de golpe de estado perpretado en 1991, que pretendía
restaurar la antigua Unión Soviética. En aquella época era el presidente del
Comité de Relaciones Exteriores de la Alcaldía de San Petersburgo y tuvo que
escoger entre apoyar a los golpistas, que se presentaban bajo el nombre de
Comité Estatal para el Estado de Emergencia (GKChP) y defender al gobierno
provisional de Boris Yeltsin, cuando anunció a Sobchek su intención de
renunciar al cargo que ostentaba, en una Black Op de manual para subvertir el
poder e instaurar una nueva oligarquía bajo la figura de un presidente títere.
Hay que recordar que las repúblicas bálticas estuvieron ocupadas por los
tanques soviéticos hasta bien entrado el año 1994. Allí, no quieren ni oír
hablar de una vuelta al status quo anterior. Se celebra la incorporación a la
alianza Atlántica (OTAN) como una cuestión existencial, de pura supervivencia,
ya que jamás se ha puesto en duda que Rusia volvería a intentar someterlos. Los
tics imperialistas y totalitarios de la vieja Ruskaya Zemlia son, a los ojos
avezados de quienes padecieron 80 años de dictadura comunista, absolutamente
indisimulables. Hoy el relato de Putin es hacernos creer que la OTAN le tiene
rodeado y algunos incautos le han comprado ese discurso. Veamos por qué esto es
completamente falso y una falacia Post hoc Ergo Propter hoc. La OTAN es una
asociación voluntaria, y una asociación con Rusia también habría sido
(inicialmente) en gran medida voluntaria. La reacción de los países satélites
no fue paranoica. Rusia utilizó la presión para forzar a Georgia y Moldavia en
la CEI. Luego estableció la “Doctrina Monroeki”, declarando su derecho a
intervenir en los estados de la CEI para “proteger” el derecho de los rusos
étnicos. Las razones por las que estos países prefirieron la OTAN o la no
adhesión a la Federación Rusa son obvias. Los países pequeños corren el riesgo
de ser intimidados en una alianza con un socio hegemónico y totalitario. En tal
sistema de alianzas, tienen un poder de negociación ínfimo y están a merced de
posteriores "revisiones" de los términos de la alianza. No obstante,
Europa ha intentado durante estos años una aproximación a Rusia. Se trataba de
acercarla a nuestro modelo, a nuestra forma de vida, no de alejarla con nuevas
fronteras. En este sentido, se fraguaron todo tipo de alianzas comerciales,
incluidas las energéticas, y numerosos programas de ayuda y cooperación para el
desarrollo. Dinero que Rusia parece haber invertido en preparar la guerra
manteniendo una mentalidad de guerra fría y su ancestral complejo de
inferioridad con Europa mientras alimentaba sus deseos imperialistas.
Putin trasciende el comunismo, y tiene su propia ideología - desarrollada y
alimentada por delirios de grandeza – pero de cosecha propia. Sin embargo, no
es ninguna casualidad que sus principales apoyos hoy se encuentren entre los
países de ámbito socialista como Cuba, Venezuela y Corea del Norte. Europa y
occidente le han dado la oportunidad a Rusia de abandonar su vieja mentalidad
defensiva basada en la desconfianza. Ya es hora de que el pueblo ruso esté a la
altura y elija vivir en paz y prosperidad como miembro de facto de la comunidad
europea. Aquí, en la Europa libre y democrática, solo encontrarán nuevos
aliados con esas intenciones.
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