De por qué seguimos siendo fundamentalmente un país de canallas.
Llego a la conclusión de que, tanto hoy como en tiempos de Locke, el
liberalismo empirista (que no es incompatible con el proceso democrático) es la
única filosofía política que puede ser adoptada por el hombre que, por una
parte, demande alguna evidencia científica a sus convicciones y, por otra
parte, desee la felicidad humana por encima de la prevalencia de cualquier
partido o credo. Bertrand Russell - Unpopular Essays - 1950
Asistimos al lento ocaso del
patriarcado ideológico que ha dominado el mundo durante los últimos cincuenta
años. Una especie de ley de la selva donde, invariablemente, se premiaba al más
fuerte. Como paradigma del experimento, lucía sus aparatosos andamiajes la
sociedad estadounidense, mezcla esperpéntica de fervor religioso y capitalismo
modificado. Una sociedad que está acostumbrada a creer en cosas. Cree en la libertad,
cree en Dios y en la patria, cree en la armas de fuego y en el creacionismo (un
53% de la sociedad civil norteamericana dice no compartir las conclusiones
derivadas del estudio evolutivo y de selección natural de las especies). No
quiero ni pensar lo que pasaría en España de plantearse cuestión parecida.
Merced a la aparición de la Magna Carta en junio de 1215, un
documento que limitaba los poderes del rey frente a los barones de la nobleza y
los aristócratas, que incluía el derecho de los hombres al debido proceso, esto
es, a ser juzgados por sus semejantes y a ser representados por un experto
jurista en los tribunales, Inglaterra adoptó medidas similares a las aprobadas
en las Cortes de León en 1188, entre otras cosas, en lo que se refería a
establecer la separación de poderes entre iglesia y estado. En aquel momento
parecía algo lógico, de puro sentido común copiar lo que ya funcionaba en la
península ibérica.
El británico ha sido siempre un pueblo pragmático.
Si queremos describir el carácter del pueblo anglosajón de manera filosófica
podríamos recurrir al utilitarismo de Bentham, en su naturaleza empirista. La
sociedad británica se articula alrededor de un marcado desarrollo empírico. El
mayor regalo de la pérfida Albión a su vecina Europa en los últimos
cuatrocientos años es, de facto, el empirismo. Es, por así decirlo, cómo Newton
derrotó a Pascal, cómo el escepticismo se impuso al racionalismo y a la
superstición, tramas de un mismo puritanismo ideológico que durante algún
tiempo sirvió de excusa para acometer todo tipo de atrocidades. En Nietzsche; “Un espíritu que quiere cosas grandes, que quiere
también los medios para conseguirlas, es necesariamente un escéptico. El estar
libre de toda especie de convicciones, el poder-mirar-libremente, forma parte
de su fortaleza”.
¿Cómo es posible que Gran Bretaña, que durante
el siglo XVII era lugar conocido por sus piratas, sus contrabandistas y el
comportamiento inmoral de sus gentes, se convirtiera de repente a finales del
XIX y principios del XX en un pueblo intachable, justo y disciplinado, el más
observador de la ley en todo el orbe? La respuesta es sencilla. Las políticas
de Laissez Faire implantadas por los
liberales durante la segunda mitad del XVIII. La desaparición de gran número de
leyes hizo cada vez más difícil la posibilidad de perpetrar delitos. Estas
políticas de libre comercio se extendieron y fueron penetrando el subconsciente
colectivo. Ya no era necesario pagar aranceles, ni respetar el mecenazgo de los
monopolios, ni obtener nuevas licencias para constituir empresas o sociedades
mercantiles. Las continuas reformas posteriores inspiradas en el colectivismo
de Hill y Locke, ayudaron a conformar una sociedad más justa, especialmente en
la protección de los menos favorecidos y de los grupos más vulnerables de la
sociedad, mujeres, ancianos y niños. Por lo tanto, se hace imprescindible explicar
que el liberalismo, en su afán por reducir el tamaño del estado, no pretende
per sé, una reducción de los entes públicos necesarios, de esto se desprende
que no es un entium varietates non temere
esse minuendas, sino una forma de adecuar el tamaño del gobierno a las
necesidades de sus gobernados.
Hegel escribió aquello de que las
cosas son su resultado. Si queremos ir a fondo, si de verdad queremos descubrir
lo que encierra nuestro mundo, para desgranar las situaciones complejas que nos
plantea la vida, tenemos que realizar comprobaciones, pues no hay nada detrás
de las cosas más que lo que éstas fueron, lo que han sido, lo que con ellas se
ha estado haciendo. Nos preguntaremos cabalmente entonces, ¿en qué creen hoy en
día los británicos? Digamos que sostienen un conjunto de creencias en las que
aun no confían demasiado, pues se encuentran comprobando su autenticidad última.
Esta imagen es el núcleo central de todo individualismo. Al contrario que en Norteamérica,
donde el sueño de República de Jefferson, Lincoln, Adams, Burr, Paine, se ha
visto reducido a una oligarquía cruel y desvergonzada, donde se mantiene de forma
reverencial una idea religiosa y sobrenatural en relación al concepto de
libertad, en el Reino Unido se impone el sentido común, la libertad de los
individuos para discrepar sobre el concepto mismo de autonomía. Proceso que aun
hoy se sigue desarrollando. En otras palabras, ¿qué es el concepto mismo de
libertad sino la capacidad para no estar de acuerdo con los criterios
establecidos? En el ideal de nuestras democracias, queremos ser iguales sólo
ante la ley, por eso debemos admitir diferencias entre los individuos, no
aceptando la homogeneidad de pensamiento como única forma viable de gobierno.
Esto no pasará de igual modo en España, donde
probar, testar, introducir reformas, ensayar cosas nuevas, será visto por una
mayoría como desperdicio de tiempo y de recursos primero, y de ataque subversivo
y antidemocrático más tarde. España, país inculto y menesteroso por excelencia.
En España un liberal es un enemigo de lo público. Suscribo estas palabras de
Ortega y Gasset: "El liberalismo
—conviene hoy recordar esto— es la suprema generosidad: es el derecho que la
mayoría otorga a las minorías y es, por tanto, el más noble grito que ha sonado
en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo; más aún, con el
enemigo débil." La rebelión de
las masas.
Los españoles pretendemos
reducirlo todo a cuestiones superficiales, por eso aquí nunca pasa nada, todo
se arregla siendo feliz, como si ser feliz de manera inmutable no fuera un
signo de mediocridad y la mediocridad el aspecto dominante de un carácter
enclenque. Estos propagandistas que venden el producto España como una quimera
rutilante, como un problema ajeno a nuestras propias voluntades. ¿Dónde están
el análisis sutil y la sincera autocrítica que nos merecemos? Y no me vengan
con que soy menos feliz por criticar lo nuestro, lo hago con una sonrisa en la
boca, porque a pesar de todo, quiero mucho a mis Manolos, a mis Conchis, a mis
Pacos, a mis Pepes y a mis Marías del Carmen.
Una breve apostilla sobre la importancia
de la justicia en una sociedad desarrollada. Parte de mi fascinación por la clase
política británica reside en su capacidad para satisfacer los deseos del hombre
común. Me explico. Al hombre de clase media se le concede dignidad, reputación,
prestigio, al fin y al cabo es la columna vertebral de un colectivo (nación),
el soporte vital de la sociedad. Se le hace sentir importante, importante en
sus opiniones, reconfortado aunque solo sea en su forma interesada y simple de
entender el mundo. Ahora bien, la libertad del individuo nunca puede estar por
encima de la justicia. Ser justo con los ciudadanos, esa debe ser la máxima
aspiración del legislador y el político. Punto este que debe entenderse muy
bien y explicarse luego en adaequatio rei
et intellectus cuando se espere obtener satisfacción y resultado. La
libertad de prensa, de asociación, de expresión, son motivos ornamentales del
edificio, y la justicia es el ladrillo que soporta sus estructuras.
La ética tiene mucho que ver con la estética y por ende con la substanciación de una rutina, de tal forma que se ensaya a través de la experiencia y no descansa hasta encontrar prueba evidente de su modestia. La libertad es tan solo una humilde manera de recorrer ese camino. La libertad es un ejercicio de responsabilidad y civismo, un ejercicio de economía y adhesión a la verdad. Como nos recuerda el propio Locke: "Una señal inequívoca del amor a la verdad, es no mantener ninguna proposición con mayor seguridad de la que garantizan las pruebas en las que se basa".
Allí dónde prima el concepto de
justicia por encima de la responsabilidad individual, fulgura el chisporroteo
de la vergüenza.
Estoy deseando llegar a LPA para desmenuzar este artículo contigo. Como te voy a asar a preguntas las dos primeras rondas las pago yo.
ResponderEliminarJajaja Estaré encantado de someterme a tan edificante interrogatorio. Necesito otra muesca en la res cogitans. “Una cosa que piensa es una cosa que duda, que entiende, que concibe, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que imagina también y que siente”.
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