El espíritu de la libertad – Evolución,
necesidad e incertidumbre.
Aquellos que
hemos pagado un alto precio por nuestra independencia, vivimos animados por el
espíritu de la libertad. (Libertad, página 345, XI - 2011. Heber Martín)
Resolviendo la
vieja paradoja evolutiva de resolución de tareas complejas frente al bienestar
del salvaje en su hábitat; La verdadera paradoja es: Si el hombre evoluciona
para satisfacer sus necesidades, o se crea necesidades que le hacen
evolucionar.
Si bien,
téngase en cuenta, que el hecho evolutivo no es solo individual y fisiológico,
además es social y colectivo. El mayor genio de la historia moderna, en el
desarrollo de su archifamosa y no por ello bien entendida, Teoría General de la Relatividad, se apoyó en otros estudios de
eminentes eruditos, como el del matemático Alexander Pick en el cálculo
tensional, Marcel Grossman en la aplicación de la geometría no Euclidiana a la
estructura del universo etc… Sin embargo, Galileo y después Newton, no dudaron
en ocultar los sistemas planetarios de Kepler, el uno prefiriendo incluso la
cárcel tras su exposición de una teoría propia fallida sobre las mareas, y el
otro plagiando en parte sus tesis sin reconocer la autoría original de los
textos.
Nuestra
realidad se sustenta sobre los principios de la relatividad. La velocidad de la
luz es una constante que atraviesa el espacio desde el comienzo del tiempo
hasta nuestros días. No existen objetos fijos en el universo, y es conocido que
el espacio es una danza, una hermosa coreografía interestelar en movimiento. Al
acercarnos a la velocidad de esa constante de velocidad empiezan a pasar cosas
raras. En nuestro incesante deseo de explorar el horizonte cósmico, esas cosas
raras podrían ser nuestra esperanza de viajar a un nuevo mundo, de una máquina
para viajar en el tiempo. El ser humano supera el miedo a lo desconocido cuando
evoluciona.
Un hombre libre
vale más que cien mercenarios. El hombre libre mide la generosidad de su
propósito con el corazón y no es ajeno al sufrimiento de sus iguales. Lidera
con el ejemplo, asumiendo tareas ingratas en el cumplimiento de un objetivo común,
porque sabe, conoce, ha aprendido que lo que se recibe, se recibe en gran
medida, en la misma medida del recipiente. El mercenario calcula su lealtad en
onzas de oro, alforjas de pan, galones de petróleo, espejitos y otras
baratijas. Calcula con la cabeza fría porque ya no recuerda la mano tendida de
quien le dio de beber cuando tenía sed.
Algunos hombres
viven presos de su falta de impulso creativo. Esta falta de propósito los hace
improductivos y se dedican a la vida contemplativa. Al ser preguntados,
aseguran que solo quieren vivir en una cabaña alejados del mundanal ruido, como
ermitaños. A veces se presenta esta austeridad como virtuosismo, y en ciertos
antepasados clérigo-militares como los espartanos, constituye la más alta
prueba de dignidad. La vida sencilla, el no necesitar grandes cosas, es una virtud descrita también en el Mahabhárata,
La Biblia, El Corán, el Canon Pali y otros
escritos religiosos. Encontramos el germen político de las
aspiraciones a esta vida bucólica en un joven Marx, en una primera etapa de
escritos con constantes alusiones a una supuesta existencia ideal en la que el
hombre puede pescar por la mañana, pasear por la tarde, y escribir poesía por
la noche. Mientras, el estado le asegurará a este nuevo hombre soviético (novyj
sovietskij chelovek) una subsistencia más o menos digna.
Esta utopía marxista encontrará su culminación en el eslogan del político
cubano Lafargue, que escribirá su más importante obra bajo el sugerente título
de 'El Derecho a la Pereza', donde presenta la legítima aspiración del
prohombre comunista a no hacer completamente nada mientras el estado mantiene
sus necesidades cubiertas. El nuevo hombre reclama un espacio y un tiempo propios.
Espacio y tiempo para dedicarse a despilfarrar todo el potencial de su intelecto,
para zanganear musitando el estribillo de ese cansino mantra de los pobres de
espíritu: Dios proveerá. Los últimos serán los primeros.
Un último
comentario sobre religión y libertad escrito sin cualquier tipo de
apasionamiento; En mayor o menor medida, toda creencia religiosa es una forma
de relato delirante impuesto durante la infancia y elevado a la categoría de
coartada para disculpar vejaciones, abusos, excesos, y atrocidades. La fe es,
de facto, de una cronicidad patológica. Todo libro sagrado es una fábula que se
utiliza como excusa y pretexto para justificar ciertas aberraciones. En una
mente aterrorizada y paralizada por el miedo, se extiende como tejido
necrotizante la palabra del Señor en todas sus declinaciones.
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