El mundo de la cultura ya no es el mismo
desde que Marta Sánchez escribió la letra del himno de España. Uno se pregunta
de dónde puede salir la inspiración para escribir aquello de: [Rojo, amarillo y
rojo, que estás en mi corazón. Te amo].Tan directo, tan sincero, tan
estupefaciente, tan intelectualmente honesto que no cabía ni siquiera el matiz
del Rojo y Gualda. Me recordaba a otros versos improvisados en un momento de
fervor patriótico: [¡Quieto todo el mundo! ¡Se sienten, coño!]. Cito de memoria,
pero creo que habrán reconocido al coronel Tejero, tricornio y pistola en mano
declamando en su desquiciada misión por la patria.
En este país donde podemos
presumir de letras y de versos, y cualquier tonto del culo se marca un ripio o
un panegírico de antología donde mete todo el pecho y todo el espíritu de una
nación cuya historia desconoce, porque él es así; Y ella, oye. No existe mayor
declaración de amor que la voluntad de la ignorancia por imponernos su ceguera
a los que amamos. Ya decía Nietzsche que el mundo es voluntad de poder y nada
más. El español, que no ha leído un libro en su puñetera vida, está enamorado de
aquel patio trasero que le vio crecer, que olía a comida y a bragas mojadas,
aquel mundo interior de su corrala de gitanos con los trapitos tendidos en las interminables lianas, y de su pequeño cortijo con cervezas frías en la nevera. Y
claro que quiere ponerle una letra cutre a las notas de una marcha militar de
tiempos de Carlos III, porque es todo voluntad, y toda. Con las ganitas que tiene de
mundial y de quedarse afónico en el próximo partido de la selección española, el
angelito, y la angelita, oigan.
Y ARCO, ese circo, esa feria de las
vanidades artísticas que inflama el sentimiento moderno con sus propuestas
provocativas y sus ocurrencias más o menos disparatadas. Allí estuvo la flor y
nata de la intelectualidad modernilla haciendo acto de presencia y paseando su
esnobismo sincero y descarnado con una insolencia que daba miedo. Toda la
exposición se vio marcada por la polémica decisión de descolgar unos pocos
cuadros con unas fotografías de unos delincuentes comunes (comúnmente
acostumbrados como estamos a que sean políticos). Les recomiendo que lean el
artículo https://elpais.com/cultura/2018/02/24/actualidad/1519485926_856650.html
de Elvira Lindo en El País a propósito de esa
alta idiotez. Es demoledor, preciso, elegante y divertido.
Por supuesto que en este programa
defendemos la libertad de expresión por encima de todas las cosas, al menos yo,
pienso que es un derecho consagrado y recuerdo aquella frase de Voltaire en la
que decía algo así como que: “No estoy de acuerdo con usted, pero moriría por
proteger su derecho a llevarme la contraria”. No nos gusta la censura, es más,
nos parece inadmisible que se juzgue y se encierre a un rapero de tres al
cuarto por unas canciones disparatadas, violentas y absurdas. No necesitamos
que el estado nos proteja de estos desatinos atacando el concepto mismo de
libertad.
Quizá quepa aquí solo recomendar la
auto-censura. Haríamos bien en no juzgarnos todos tan creativos, tan profundos,
tan imprescindibles. Nos vendría bien una curita de humildad de vez en cuando
para no creernos un Orson Wells, un Valle Inclán, un Renoir, una Leibovitz o
una Helen Frankenthaler a las primeras de cambio. La autocensura es un signo de
educación, de aprendida elegancia, de mesura, es la soberanía propia del
individuo actuando con responsabilidad y por derecho. Es la templanza del
espíritu libre que aplica la soberanía particular sobre el temperamento
colectivo de la masa, un verdadero refugio político contra el ánimo histérico
de la turba.
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