La fuerza del destino

  Juega en el mar mi amor, juega con mi bañador, y se mece con la fuerza de las olas. Juega para recobrar el ánimo, se baña sin perder de vista el relieve de la isla, y se sumerge para dibujarse una sonrisa de salitre. Danza en el agua para hallar la ilusión perdida y le pide a dios una señal. Juega entre chanza y chanza con sus pies desnudos sobre los guijarros calientes, las rodillas ágiles e ingrávidas. Cuando se marcha a casa todo queda en calma y las aves vuelven a su sitio. Ella llega y pone la cafetera en marcha, le coloca a la virgen una vela, a ver si así logra mudarse la tristeza. 

 Mujer de dulces sueños, de talento fuerte y de pulso débil y fugaz, amor de mi vida y de las tragedias áticas de Esquilo. No descansa el corazón que no ama, descansa el que siente un amor verdadero. Reposa y no se detiene porque encontró su sitio sobre el escenario de la vida. De su ánimo cuelga un toisón de oro por gestas de valor pasadas. Un pobre talismán envejecido. El peso del metal le marchita el cuello. Su cuerpo desnudo ya no es el que era.

 Su pasatiempo favorito era que le leyese. Esas noches bajo la luz de la luna y alrededor de sus lecturas, sus relatos, sus palabras. Hasta Marte se bajaba a escucharte a un cielo vestido de púrpura. Tú me leías, mi venus, y yo te regalaba los oídos. Tu prosa era lujosa como la obertura de Tannhäuser. Me leías en todos los sentidos. De arriba a abajo, de izquierda a derecha, como era debido. 

 Pedimos la cena. Nos dábamos sin esperar nada a cambio. Yo estaba en la gloria. De pronto, pensé, ella es así, mientras tarareaba la fuerza del destino.




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