Apocalipsis Zombi

 

La principal fuerza que gobierna el mundo es la mentira. Jean-François Revel.

El comunismo ha muerto. Esta es la tesis central del libro de Fukuyama en el que habla del fin de la Historia. El marxismo ha sido superado por su propia dialéctica, menoscabado por sus mentiras, por sus crímenes abyectos, desprestigiado en todo el orbe por sus gobiernos autoritarios y asesinos. Quedó su ejemplo congelado en el tiempo y en la memoria de las víctimas como una de las peores utopías que soñó el ser humano.

Francis Fukuyama sostiene que el triunfo del liberalismo democrático y la economía de mercado sobre el comunismo constituye el punto culminante del desarrollo ideológico de la humanidad. En su tesis, plantea que el comunismo fracasó como modelo político y económico fundamentalmente por su incapacidad para ofrecer un reconocimiento individual significativo y por su rigidez frente a los avances tecnológicos y sociales contemporáneos. La caída del Muro de Berlín en 1989, seguida por la disolución de la Unión Soviética, simbolizó —según Fukuyama— el colapso definitivo de la confrontación ideológica entre sistemas antagónicos, consolidando al liberalismo como la forma política y económica hegemónica en la era post-Guerra Fría.

Treinta años más tarde y con la perspectiva del tiempo, sabemos que el bueno de Francis se equivocaba en esta y en tantas otras cosas. El comunismo, en efecto, murió entre estertores a principios de los años noventa.

 Sin embargo, esta epidemia ha vuelto a manifestarse en su forma más contagiosa y virulenta en los últimos lustros. El revival de las teorías colectivistas se encuentra en su fase de apogeo zombi. Si uno atiende a los acontecimientos más recientes, puede afirmar sin temor a equivocarse, que los zombis colectivistas se han convertido en un problema de primer orden (feminismo hegemónico, teoría queer, teoría crítica, cultura de la cancelación) y amenazan nuestro futuro y el de nuestros hijos mediante el uso de la consabida mordida infecciosa (desinformación, propaganda, infomanía, adoctrinamiento) que no tiene otra consecuencia que la conversión final y la caída en desgracia de toda una generación de europeos.

En contraste con la información, la verdad posee la firmeza del ser, escribía el filósofo Byn Chul Hang en su obra, No-Cosas. "La duración y la constancia la distinguen. La verdad es facticidad. Opone resistencia a toda modificación y manipulación. Constituye así el cimiento de la existencia humana".
 
Quizá convenga en este punto recordar la definición de verdad que nos obsequió Hannah Arendt: «En términos conceptuales, podemos llamar verdad a lo que no logramos cambiar; en términos metafóricos, es el espacio en el que estamos y el cielo que se extiende sobre nuestras cabezas». Hannah Arendt. «Wahrheit und Politik», en Zwischen Vergangenheit und Zukunft. Übungen im politischen Denken I.

Claro que la mayor parte de las teorías colectivistas está basada en la mentira, o mejor dicho, en la propedéutica de la posverdad postestructuralista. No digan que no nos advirtieron. Tal como dijo Stalin, este tipo de aventuras que tienen como finalidad construir una utopía socialista en un solo país, se sostienen siempre sobre tres pilares fundamentales: El terror, los campos de concentración, y las cazas de brujas medievales (purgas, pogromos, censura).

El pensamiento zombi colectivista fue muy popular entre los consejos de las universidades europeas durante los años sesenta y setenta. Las corrientes intelectuales de la filosofía europea de mediados del siglo XX, particularmente aquellas surgidas de instituciones como la École Normale Supérieure y la Sorbona, ejercieron una profunda influencia en la formación ideológica de jóvenes estudiantes, a menudo con consecuencias de largo alcance y desestabilizadoras para la sociedad europea. En la década de 1960, pensadores prominentes como Louis Althusser y Michel Foucault moldearon discursos que desafiaban las estructuras políticas y sociales establecidas. Sin embargo, su influencia trascendió la indagación académica, contribuyendo a movimientos radicales con resultados complejos y, en ocasiones, problemáticos.
Los críticos han señalado que algunos de estos intelectuales, cuyas vidas personales estuvieron marcadas en ocasiones por controversias —como el trágico acto de uxoricidio de Althusser en 1980— desempeñaron roles en la creación de entornos ideológicos que se cruzaron con grupos extremistas. Por ejemplo, las corrientes intelectuales de esta época han sido vinculadas al surgimiento de organizaciones como las Brigadas Rojas en Italia, el grupo Baader-Meinhof en Alemania, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y, en menor medida, el grupo terrorista vasco ETA. Aunque la causalidad directa sigue siendo objeto de debate, el radicalismo filosófico de la época proporcionó un marco teórico que algunos grupos militantes aprovecharon para justificar sus acciones.De particular relevancia es el compromiso de Michel Foucault con la Revolución Iraní de 1979. En una serie de artículos publicados en Le Monde, Foucault expresó fascinación por el fervor revolucionario del movimiento del ayatolá Jomeini, presentándolo como una forma de resistencia contra la hegemonía occidental. Sus escritos, que exploraban las dinámicas del poder y la subjetividad, ofrecieron inadvertidamente legitimidad intelectual a un régimen teocrático, lo que plantea interrogantes sobre las responsabilidades éticas de los filósofos en la configuración de los resultados políticos. Este episodio subraya la tensión más amplia entre la innovación teórica y sus implicaciones prácticas, un tema que merece un escrutinio histórico y filosófico cuidadoso.Al examinar estos desarrollos, es fundamental abordar el legado de estos intelectuales con matices, reconociendo tanto sus contribuciones al pensamiento crítico como las consecuencias no intencionadas de su influencia. La intersección entre la filosofía y el extremismo político en el siglo XX sirve como un estudio de campo con moraleja sobre el poder de las ideas para moldear, y en ocasiones desestabilizar, las estructuras sociales.

Europa está siendo atacada por sus enemigos tradicionales, solo que esta vez, esos enemigos cuentan con ayuda en el interior de las instituciones. No debemos culpar en exclusiva a una generación que es, probablemente, de las más maltratadas por las sucesivas crisis en más de medio siglo. La falta de oportunidades, el fracaso a la hora de formar una familia, la imposibilidad de acceder a una vivienda, el paro, y la insultante diferencia de renta per cápita con nuestros mayores, hace que esta grey joven busque alternativas al modelo capitalista entre las ruinas de su precaria existencia. Sin duda, es nuestra responsabilidad como adultos colaborar en ofrecerles un mundo más sostenible y próspero.

Este mismo argumento, que me parece todavía muy válido, se lo escuché a Konstantin Kisin, un emigrado de la Unión Soviética que reside en el Reino Unido y se enfrenta al apocalipsis zombi colectivista con buenas dosis de humor y sentido común. Kisin aún no ha olvidado lo que es crecer en el "paraíso" de los soviet y sigue defendiendo y alabando las muchas bondades de las democracias liberales en Occidente.

Ganado el 14 de julio de 2025 mientras vemos amanecer sobre el aeropuerto de Las Palmas de Gran Canaria.

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