El circo nacionalista.

Los nacionalismos siguen alimentando las diferencias sin más fundamento que unos sentimientos, pero sin concreción en ideas. Su única idea diferenciadora parece que seguirá siendo ofrecer apoyos de gobernabilidad para rascar alguna partida económica que esté en venta. Pobres ideales: si basta sólo con sentirse diferentes.
El tiempo se ha encargado de erosionar a ciertas figuras del panorama intelectual internacional que tuvieron un enorme predicamento en los años sesenta. Quien recuerde aquellos años sabrá, que la respuesta europea a la revolución cultural que se estaba gestando en Norteamérica, fue inspirada por un grupo de intelectuales con aspiraciones de indiscutible autoridad ideológica, de pensamiento provocador y anti sistema. Este movimiento político fecundó profundamente en Europa y produjo una afección desmesurada por las representaciones de la contra cultura y por una corriente filosófica especializada en la denuncia social.
 La Europa continental incorpora el contenido doctrinal del nacionalismo de finales del siglo XVIII. La versión europea de aquellos grandes festivales de música y amor libre, fue el cine francés, los intelectuales, la revolución feminista. Fueron nuestras estrellas del rock, doctos mesiánicos, acicate del espíritu gamberro que predominaba en aquella época, estrellas del pensamiento que proliferaron muchas veces a la orilla de regímenes infames. Entre aquellos eminentes intelectuales se encontraban reconocidos escritores, filósofos y artistas como Sartre, Marco Marcuse, Marx, Simone de Beauvoir, o Duchamp. Lo cierto es que convencieron a muchos de la necesidad de una subversión radical de las estructuras sociales.
Por aquel entonces, se produjo un curioso proceso de asimilación patriótica en algunas regiones ultra periféricas. Pueblos necesitados de consolidación moral y de autoestima, utilizaron estos libros de cabecera para razonar sus aspiraciones de independencia. Esa es, a mi juicio, la misma génesis del nacionalismo moderno. El también llamado nacionalismo de tercera generación. Este trata a menudo de justificarse a sí mismo, sus antiguos complejos, siendo su programa con frecuencia, más producto del rencor y del resentimiento, que de una necesidad efectiva de compensación. Es el nacionalismo de las pequeñas regiones, de los hechos diferenciadores, de las peculiaridades, que disfruta consolidando nuestras diferencias. Un nacionalismo egocéntrico, animista, heredero del solipsismo (forma radical de subjetivismo según la cual solo existe o solo puede ser conocido el propio yo), un nacionalismo huérfano a menudo de otras lecturas.
Este nacionalismo no entiende de complejidades. Resulta evidente, que la civilización actual no responde a criterios de racionalidad, autoridad, concentración, y previsibilidad. Anclado aún en esta idea del orden como regalo de dirigentes infalibles, el intelectualismo nacionalista ignora que entramos hace tiempo en una dinámica indeterminista, cuya virtud principal es haber animado a millones de personas a autogestionarse, enfrentándose a situaciones conocidas (desempleo, marginalidad) imprevisibles (catástrofes naturales, terrorismo) e incontrolables (crisis de los mercados financieros), no mediante decretos y planes de gobierno, sino normalizando un conjunto de prácticas inteligentes, ante todo, respeto por los compromisos adquiridos, pago de impuestos, tolerancia, y libertad de expresión en un marco de participación democrática y plural.
Esta nueva realidad social, que se articula alrededor de un sistema de redes cada vez más extenso, nos permite acceder a un volumen creciente de información. Descartamos algunas de las fuentes tradicionales de búsqueda, confiando nuestro conocimiento al criterio selectivo de fuentes propias. Amigos, colegas, profesionales, contactos que nos permiten un aprovechamiento también creciente de nuestro tiempo y nuestros recursos. Es un modelo social que nace de los modelos competitivos Schumpeterianos.
Acabamos de conocer la resolución contraria de Bruselas a la propuesta del señor Paulino Rivero de favorecer las condiciones de trabajo de aquellos “canarios” que se encuentren en régimen comunitario. Por ser ajena a los valores del tratado de Lisboa, además de ser anticonstitucional. Como expresó Hume en 1739, una sociedad organizada de manera espontánea, “garantiza la defensa del interés general aún cuando la malevolencia inspire a los actores”, pues rompe con lo propio del sistema previo, donde la solidaridad con los “nuestros” implica siempre hostilidad hacia los “otros” en virtud de nacimiento, religión o ideas políticas". 
¿Podemos establecer un paralelismo entre aquellos tutores populares y los nuevos patriarcas del nacionalismo?
¿Qué quiere decir realmente ese "Ni del PP, Ni del Psoe, somos como tú”? Resulta cuando menos curioso que hayan elegido este lema quienes llevan pactando legislaturas más de 12 años. 

¿Qué tipo de experimentos de ingeniería social nos proponen desde Coalición Canaria?
¿Acaso se han propuesto medir nuestros índices de canariedad, qué valores aplicarán al hacerlo?

Heber Martín Fernández

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