Enemigo Público
Creo que uno de los
mayores retos que debe afrontar la Europa del siglo XXI es la educación de sus
ciudadanos. La carencia más llamativa, quizá, sea la limitada comprensión
lectora y la falta de perspicacia entre los alumnos en edad de escolarización
para entender casi cualquier cosa que vaya más allá de la literalidad de los
140 caracteres. Escuchar las noticias, leer entre líneas un artículo, extraer
conclusiones originales en la lectura de una novela, comprender el significado
de un poema o simplemente entender la lista de la compra, son actividades que implican
una cierta formación crítica del pensamiento. Estamos formando especialistas en
nuestras universidades. Especialistas con un alto grado de formación
especializada, pero con unos niveles de discernimiento crítico muy deficientes, lo cual limitará, de manera alarmante, cualquier juicio crítico riguroso en
muchos de nuestros futuros adultos. Agota afrontar diariamente la tarea de
refutar las perogrulladas vertidas por la multitud de blogueros, charlatanes, coaches, tontos del haba y sacamantecas
de todo tipo que pululan por las redes sociales y los diversos foros de
opinión. Decía mi abuelo: “Hebito, las comparaciones suelen ser odiosas”, y
efectivamente creo que este puede ser un buen punto de partida para casi todo.
Para expresar esta breve queja, por ejemplo, es suficiente. He leído, no sin
asombro, a mis amigos progres defender la tolerancia religiosa. He leído a los
santones ateos, a los agnósticos devenidos del mayo de 68, a nuestros
“querridos camarradas”, a los rojillos de siempre vaya, y a algunos nuevos,
bravear con la seguridad intelectual y la superioridad moral que les
caracteriza, atizando a los editores de la revista Charlie Hebdo por xenófobos
y racistas. Figúrense, los padres y las madres del relativismo histórico. Sé
que esta digresión llega un poco tarde, y que ya no interesará a casi nadie. En
fin, que una serie de caricaturas sobre un personaje de ficción no pueden dar
para tanto. Lo mollar de la cuestión para mí es que nadie se echara las manos a
la cabeza ante una reflexión tan seria, no sé si me explico. Estamos hablando
de un personaje que puede equipararse en realismo a Goofy, a Pluto, a Epi y
Blas, o a Bart Simpson. La religión trata de imponernos a todos su realidad omnímoda
y como ciudadano libre, culto y europeo, considero casi una obligación
cachondearme de ello.
La libertad de expresión es precisamente eso,
una libertad necesaria para expresar la opinión por parte de los individuos que
componen una sociedad, sea esta opinión fundada o infundada, verdadera o falsa,
grosera o elegante. Es la capacidad y el derecho que tenemos para expresar
nuestras opiniones libremente, capacidad para refutar ideas a través de la
contraposición de datos, de actuar responsable o irresponsablemente en el
ejercicio de nuestra palabra. En el caso de las sociedades occidentales
avanzadas, el límite del discurso lo marca siempre la ley, que es el sistema de
juego que nos hemos dado para facilitar la convivencia, y será un jurado o juez
imparcial el encargado de dirimir los límites de la expresión y la libertad, y
el responsable de balizar con equidad dónde comienza a traspasarse esa delgada
línea que debe marcar y proteger el derecho al honor, la intimidad, la bolsa,
la familia o la vida. Es decir, a no ser difamado y ultrajado con impunidad
manifiesta por otros. La libertad de expresión es un precepto que jamás
prevalecerá en un estado de derecho sobre el concepto de justicia. No
prevalecerá, por ejemplo, ni para justificar la incitación al odio por motivos
de raza o de credo, ni por la condición sexual, ni en casos de enaltecimiento
del terrorismo.
Además, se imponen, o se
deberían imponer, en ciudadanos libres y con cierta formación intelectual, el
sentido común, la propia educación y la autocensura, por una mera cuestión de
civismo y respeto a las reglas de convivencia establecidas. En caso de
considerarlas punibles, un juez puede determinar penas en el resarcimiento a
los afectados por manifestaciones de odio y por simple mal gusto con una
condena compensatoria o prisión.
Cabe señalar aquí, en
referencia a lo anteriormente expuesto, la utilización inane y espuria que se
está haciendo de la expresión "Ojo por ojo, diente por diente" que
proviene de su contexto histórico particular y aparece por primera vez
reflejada en la llamada Ley del Talión, tantas veces traída a colación de una
forma absolutamente inapropiada. Esta ley alude precisamente al concepto de
proporcionalidad determinado que debe aplicarse a las penas. Por lo tanto,
expresa un cambio fundamental con respecto a otros conjuntos de leyes
anteriores, donde la justa medida y el concepto de proporcionalidad brillaban
por su ausencia. Es decir, que antes de generalizarse este novedoso concepto,
las penas eran desproporcionadas - se podía ejecutar a un reo preso por robar
unas hogazas de pan, o torturarlo por haber cometido perjurio o adulterio - y
es justo con la introducción de los preceptos de proporcionalidad cuando se
limitan las penas y se alude al castigo con carácter no solo represor, sino
reformador y educativo buscando la reinserción del preso.
Se hace casi perentorio
exigir una asignatura que revise el vasto patrimonio filosófico y humanista
europeo. Una asignatura del conocimiento, de la razón que nos unió y cuya
ausencia nos mantuvo antaño separados, aunque solo fuese por una mera lógica de
no repetir errores consumados en la exaltación del nacionalismo, la patria, y
los sentimientos de pertenencia al grupo/terruño. Una asignatura computable en
forma de créditos universitarios, por supuesto, donde se recoja y estudie en
profundidad el conocimiento occidental desde sus raíces. La asignatura debería
incluir análisis de texto, abundantes fuentes bibliográficas y a poder ser,
recoger las principales corrientes de pensamiento en nuestra filosofía. Se
podría valorar con una presentación final o tesina donde quede demostrada la
suficiencia del graduado, que acompañe la tan necesaria y tan traída educación
emocional del individuo. Una asignatura que implique un análisis minucioso de nuestro
entorno desde distintos puntos de vista, - puntos de vista encontrados aunque a
menudo complementarios. - Porque no solo desde hombres y mujeres “buenos y
buenas”, empáticos y sensibles se alimenta una sociedad desarrollada y se
dirige el progreso. ¿Se hace urgente aclarar que la libertad de expresión es,
por definición, cualidad exclusiva de las sociedades libres y democráticas?
Incluso el derecho a decir sandeces y majaderías, y de hacer el ridículo de
manera gratuita en público, son privilegio y prerrogativa de las sociedades
democráticas modernas. Confundir libertad de expresión y de prensa con el
capricho de querer ver y escuchar lo que tú quieres en la televisión todos los
días, es de una estupidez supina.
Heber
Martín, mayo de 2015
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