Hijos de las estrellas.

“Las verdades son ilusiones que hemos olvidado que son ilusiones - son metáforas que se han gastado y han sido drenadas de su fuerza sensual -, monedas que han perdido su grabado y ahora son consideradas mero metal ".
                                                                                                                                                                                                                                                                          Friedrich Nietzsche.


Somos hijos de las estrellas, polvo interestelar, seres cósmicos. Esta no es una afirmación metafísica sino que, por raro que pudiese parecer, es un axioma devenido del pragmatismo. Escucho el discurso derrotado de mis compatriotas sobre la situación mundial. Un mundo finito, me dicen, tiene sus límites. El mismo planteamiento de algunos economistas agoreros en la década de los setenta (1970). La teoría de que, llegados a este punto, con más de siete mil millones de habitantes en el planeta, no tendríamos alimentos ni energía para cubrir las necesidades básicas de la población. Muy al contrario, se ha demostrado que hoy producimos excedentes de todos los productos básicos y nos sobra energía para venderla a otros países. Hay que reinventarse, es cierto, pero la única forma de alcanzar las estrellas es mediante el progreso. Mi reacción a las últimas declaraciones vertidas en este sentido, es apoyar con más ánimo si cabe el espíritu del progreso. Los seres humanos llegaremos a colonizar otros planetas, mientras estos charlatanes y agoreros discuten sobre el sexo de los ángeles y el último cuadro macro económico en Pekín, se obrará una vez más el prodigio científico, con el advenimiento general de la biónica y la nano-tecnología, por ejemplo. ¿O acaso hemos olvidado quiénes somos? Éramos en esencia pioneros, exploradores, supervivientes. Antes soñábamos con qué lugar nos correspondería ocupar entre las estrellas. Las grandes preguntas de la ciencia planteadas desde nuestra aparente insignificancia en un universo complejo e infinito, siguen vigentes. Ahora soñamos con una nueva aplicación de móvil. Éramos pastores; cada uno de nosotros pastor y oveja de su propio rebaño. Y en el futuro seremos trashumantes intergalácticos o no seremos nada en absoluto.
El orden primigenio es lo que se opone al caos. Es importante no confundir la relación orden-caos con orden-desorden. El desorden encuentra su sentido frente a un orden previo establecido en el que tiene su punto de referencia. El concepto de orden-caos es un concepto primario en la reflexión filosófica. El caos ha sido siempre un elemento importante en toda la mitología sobre el origen del universo. El mito y las creencias religiosas suelen hacer necesaria la intervención de una inteligencia divina o un poder mágico para constituir el orden del universo. En muchas culturas ese orden se refleja a partir del movimiento perfecto de los astros, cuyo orden es entendido como cosmos. La pregunta fundamental es: ¿cómo el orden puede surgir del caos? que en definitiva viene a ser la gran pregunta metafísica sobre el origen o principio del universo. En el hombre este orden fundamental surge del ordo cognoscendi, del orden del conocer y de cómo se jerarquiza ese conocimiento, y es manifestación del ordo essendi, el orden del ser de la realidad; pues dios ha creado el mundo ordenado conforme a un plan providencial. Para los racionalistas esta coordenada de órdenes aparece como un sofisma problemático en su dependencia de la idea innata de Dios, al no reconocerse de manera intrínseca la realidad de las ideas innatas. Véase Spinoza, Descartes, Leibniz y Wolff.



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